Hasta la última ausencia: en memoria de Antonio Rodríguez de las Heras

Últimamente esta revista se ha convertido en un lugar de despedidas. Hace unas semanas lamentábamos la pérdida de José María Calleja, y hoy, tristemente, nos toca hacer lo mismo con Antonio Rodríguez de las Heras. Desde esta publicación universitaria, de parte de sus alumnos, le dedicamos esta carta en su memoria. Palabras que hoy no podrán llenar el vacío, ni los surcos de una tierra cansada de decir adiós.

Las ausencias definen tanto como las presencias. Comprender algo por las piezas que lo componen es útil. Es práctico. Pero no nos aporta la visión completa de lo que queremos entender. Lo que falta sirve para definir tanto, o más, que lo que podemos encontrar a simple vista. Antonio enseñaba a pensar sobre este tipo de cuestiones.

En sus clases siempre había una pequeña historia poética que aludía a una explicación mayor, a algo más complejo. Hablaba de cómo los coches eléctricos habían conquistado el silencio o cómo la fusión nuclear era, en cierto modo, una manera de bajar el Sol a la Tierra. Recuerdo que un día empezó hablando de “un vertedero imaginario” en el que debíamos realizar una tarea arqueológica. En aquel lugar se acumulaba toda la basura de la Historia. Y si hacíamos un corte transversal, éramos capaces de identificar ciertos momentos gracias a los objetos que allí encontrábamos.

Trazábamos una línea que marcaba un paso simbólico entre herramientas rotas y nuevas. Un momento en la Historia donde la gente había empezado a tirar objetos de los que no se desharían en épocas anteriores. Cosas que estaban allí pero que no mostraban un deterioro que justificase su abandono. Estábamos, decía, ante un fractura cultural que hablaba de la “enfermedad de lo inanimado”. Una obsolescencia programada que no sólo definía los objetos, sino también nuestra sociedad. Nos define lo que hacemos desaparecer. Nos define la ausencia. Y también lo que mantenemos.

Así era una clase con Antonio. Con una gran narrativa, tiraba de un hilo para deshacer todas las costuras. Y cuando solo quedaban retales inconexos se ponía a tu lado para volver a construir. Partía de lo simple para coser una bandera de conocimiento complejo. Te señalaba pequeños detalles que sostenían el mundo. Pequeños detalles que para él eran importantes. Algo tan simple como llamar a cada alumno por su nombre – no tan habitual en el sistema universitario – o cambiar la orientación de las mesas (“para que todos nos viésemos las caras”) le bastaba para crear un buen ambiente en la clase. Y ahí, te enseñaba a Navegar por la información, conectando diversos puntos del mapa, guiándote en el trayecto del aprendizaje. Antonio fue en su presencia, y seguirá siendo, un gran profesor y una buena persona. Y lo digo con el más profundo de los significados.

En la Lira secreta Ángel Crespo escribió un poema titulado «Puede ser un paisaje», donde habla de la memoria, de la ausencia y el olvido. Volver los ojos hacia dentro, olvido / es tan profundo que hallas una estancia / de la que sentirás que acaba de irse / quien nunca estuvo en ella. Hoy, ante la pérdida de Antonio, vuelvo los ojos hacia dentro, recordando todo lo que aprendí con él. Y le pregunto a Crespo quién puede irse sin haber venido. Desde luego, no Antonio. Porque ningún profundo olvido va a ocupar la estancia que deja, llena de mesas ordenadas en círculo, “para que todos nos veamos las caras”. No habrá ausencia en quienes le conocían. Deja sus palabras, escritas para la memoria. Para recordarle, pero también para empezar a conocerle. Por eso no sentimos que acaba de irse quien siempre estará aquí.

La vida de un profesor no se puede contener entre las paredes de un despacho, de un laboratorio, de una biblioteca…, en un campus, sino que se derrama en sus alumnos. Que como una marea de tiempo, de promociones, se extiende, va empapando la sociedad a la que la universidad, la educación, sirven. Nada más satisfactorio y emocionante que el reencuentro fortuito con antiguos alumnos, reconocerlos, saber de sus vidas y comprobar que lo que resiste más el paso del tiempo es el afecto que se trenzó en el aula y que ahora, lejos de ella, se puede manifestar sin trabas. Hoy un beneficio de las redes sociales, de este mundo en red, es que facilita este encuentro con alumnos, y así poder crear puentes entre los caminos divergentes que nos ha trazado la vida.

Antonio Rodríguez de las Heras, en su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Extremadura

Felipe Núñez

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