Dámaso Alonso decía que Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres. (según las últimas estadísticas). Es uno de los versos más importantes de la literatura española, lo decía en plena posguerra, no tanto por los muertos de la contienda sino por la fragilidad evidente de los cuerpos que habían sobrevivido y habitaban una ciudad fantasma, gris y desesperanzada. El panorama ahora es mucho más alegre, pero esconde ciertos elementos paradigmáticos que nos permiten releer el verso de Dámaso Alonso con otros ojos: Los ojos de un mundo precarizado, de una existencia individual erosionada por las lógicas competitivas del neoliberalismo que ahogan la producción intelectual y cultural y la envían hacia un torbellino de productividad y éxito que en muchas ocasiones es inalcanzable. No todas somos Cristina Morales, Elizabeth Duval o Rosalía. El objetivo de ser publicado, de triunfar a nivel mundial en la música o de gozar del respeto de gran parte de la clase intelectual del país, son metas que el sistema organizativo nos vende como resultado del esfuerzo y el sacrificio de aquellos que detentan los grandes premios. Se nos habla de un ascensor social que consiste en mezclar elementos en una pócima de racionalidad como cuando el profesor crea a las Supernenas en la introducción de la serie. Pero no es así.
Javier López Alós retrata en su libro Crítica de la razón precaria algo más que una condición económica, una forma de comprender el tiempo, una ideología que nos arrastra a formas de vivir en sociedad de una perversión que merece la pena ser analizada y pensada desde perspectivas alternativas. La precariedad es incertidumbre, pero también es sentimiento de no pertenencia, de vivir de prestado, incapacidad para decir que no y muchas otras características que vertebran la manera de vivir de una sociedad que viaja hacia la desigualdad y la inmovilidad. Hacia la parálisis. El libro se centra en analizar las formas de opresión que esta condición ideológica y material genera sobre los cuerpos de aquellos que dedican su vida a la actividad intelectual, desde periodistas, hasta músicos, pasando por académicas, cineastas, escritoras y toda clase de actividades de índole intelectual. Pero muchos de los puntos generales de lo que Javier López Alós analiza sirve para cualquier clase de desempeño profesional en los últimos años del siglo XXI.
Lo primero que me gustaría preguntar es acerca de las condiciones que te llevan a escribir el libro: La precariedad como algo más allá de las condiciones materiales. ¿Por qué centrarse en el mundo intelectual?
Javier: Me lleva la necesidad de comprender un mal estar profundo de entender qué siento yo en primera persona, que percibo, es bastante similar al que experimentan otras personas a mi alrededor en el mundo académico e incluso empiezo a intuir que se trata de un malestar que no concluye cuando la situación o las circunstancias concretas que te perturban concluyen o cambian. No está solo vinculado a una cuestión material, de estatuto contractual. Es muy importante, pero va más allá. Veo por ejemplo personas que están en una situación académica más estable también experimentan determinado tipo de sufrimientos, de malestar que tienen un aire de familia. La razón fundamental para escribir el libro es la necesidad de comprender y elaborar el duelo por mi propia decisión de abandonar la vida universitaria. La necesidad de hacerlo de una manera que no incurra o se quede parada en el resentimiento y las pasiones tristes.
¿Se trata por lo tanto de una condición más allá de las condiciones materiales de cada uno?
Javier: La precariedad acaba siendo una condición existencial. La precariedad inducida, pues hay una que nos afecta a todos los seres vivos, estar expuestos a ver menguada la vida en cualquier momento. Hay una precariedad inducida que es producto de procesos de producción conscientes de precarización y esa vivencia, esa condición existencial de la precariedad hace que uno se perciba constantemente en una situación o posición de peligro, de incertidumbre, de inseguridad y tiene relación con la dependencia de lo material, cuando lo material está resuelto y obliga constantemente es al sujeto a estar buscando, compensado, seguir avanzando en ese túnel a ver si de alguna manera encuentra una forma de salir a una superficie más estable. Pero eso en realidad es la trama y es lo que tiene de ideológico, porque eso no concluye. Una de sus cuestiones fundamentales de la precariedad es dejar claro que no es algo individual, te puede afectar personalmente o puede no ser tan personalmente, pero no está sujeto a soluciones individuales, es estructural y tiene que ver con la propia disposición neoliberal.
Hay ciertas partes del libro muy reveladoras, el tema del sentir que estás siempre de pedido, la incapacidad para construir un relato propio, que nos hablan de características de la precariedad en las que muchos se pueden ver reflejados. Ello me ha llevado a pensar en el libro de Antonio Valdecantos de “Misión del ágrafo” en el que explica cómo la academia centra la productividad del intelectual en la producción de textos escritos dejando de lado la producción oral o la enseñanza:
Javier: Muy interesante, efectivamente das en el clavo. Una de las raíces etimológicas de la palabra precariedad es la figura del derecho romano del precarius. Que tiene que ver con un uso provisional de la propiedad, una propiedad de la que no es titular y puede ser interrumpido su uso en cualquier momento y está relacionado con la agrafía de esa concesión. Eso está relacionado con esa sensación desde el principio, el propio término tiene esa carga semántica incorporada de algo provisional que no le pertenece al precario e incluso cuando le va bien o medio bien no puede celebrarlo, porque es algo pasajero completamente siempre provisional. No puede disfrutar. El precario de alguna manera, y no solo el precario pues vivimos en ese régimen temporal, no puede disfrutar. El disfrute es expectativa en las cosas, uno se ilusiona por las cosas, uno tiene la fantasía de que algo bueno le puede ocurrir, pero cuando eso te ocurre, ya tienes que estar pensando en lo siguiente, es una lógica constante de producción. A mi me recuerda a cuando se queman las fallas por ejemplo y al día siguiente se entrevista a alguien: ya estamos pensando en las del año que viene. No puedes detenerte un momento a experimentar el goce, la posibilidad de goce es también de pedido. No te pertenece, en seguida vete a otra cosa. En la medida en que no puedes encajar el goce en tu propia experiencia, no te pertenece no puedes incorporarla en un relato y es ese relato el que las hace significativas las experiencias, Es decir las experiencias que finalmente producen aprendizaje tienen que ordenarse combinarse para ser significativas para informarnos de algo. Por un lado, tenemos la dificultad del relato de contarnos a nosotros mismos, pues necesitas perspectiva. Cuando vivimos en la urgencia del presente y en la ilusión de un futuro que no llega es muy difícil adoptar una perspectiva medianamente amplia que te permita establecer continuidades y discontinuidades en tu propia biografía. Y más todavía si lo tienes que hacer por escrito. En cierto sentido, la forma de escritura en el mundo académico, en el que paradójicamente se escribe muy poco pues queda muy poco tiempo para escribir, toda escritura debe ser productiva y está sujeta a una serie de requisitos formales que ahogan la individualidad, por mucho que se pidan creaciones originales, desde el punto de vista formal, la elección de los temas, todo. Esa escritura tiene muy poco que ver con uno. Dónde uno aprecia mejor la profundidad filosófica de Valdecantos es en sus escritos libres.
Cuando vivimos en la urgencia del presente y en la ilusión de un futuro que no llega es muy difícil adoptar una perspectiva medianamente amplia que te permita establecer continuidades y discontinuidades en tu propia biografía.
Otro de los aspectos que ya has comentado y que es crucial en el libro y en tú análisis, es la lógica temporal del neoliberalismo como parte de ese entramado ideológico:
Javier: La lógica del deporte. El deporte como institución está íntimamente relacionado con el mundo industrial, con el paradigma de la medida y el control del tiempo y del rendimiento. Por eso no es lo mismo el deporte que el juego, el deporte es bastante opuesto al juego, tiene que ver, pero son opuestos. El deporte es la conversión del juego en rendimiento, en proceso de producción. Por eso nos cronometramos, establecemos progresiones. Tiene la lógica del que nunca termina: tu terminas un partido y ya estás pensando en el siguiente. Ya estamos pensando en el partido de la semana que viene. Este tipo de declaraciones son muy normales. Esa lógica circunscrita en el campo del deporte puede tener su sentido y es correcta, no tendría grandes reparos en general, tiene muchas cosas interesantes y positivas. El problema es cuando incorporamos ese tipo de lógicas a la vida cotidiana. Nosotros no somos deportistas de elite. No nos pagan por ello y buena parte de esa competición es contra nosotros mismos, esa idea de luchar contra ti mismo vence tus miedos, en una competición contra ti mismo en la que solo puedes perder. Acabas exhausto. La idea de una competencia deportiva está sujeta a reglas, se sabe cuando se empiezan y acaban los partidos, la violencia está regulada. Un puñetazo dentro del campo no se denuncia en la policía, pero en otros lugares son agresiones, hay códigos. Sin embargo, en la vida económica aplicar esos principios de la competitividad en realidad es hablar de una lucha salvaje, es la garantía de los mas fuertes para imponerse a los mas débiles haciendo sentir culpables a los más débiles porque no se esfuerzan demasiado, porque no son lo suficientemente fuertes o porque son unos flojos.
Otro aspecto clave es el esfuerzo, una suerte de lógica que totaliza el esfuerzo como fin y no cómo medio y lleva a culpabilizar al individuo de no conseguir ciertos objetivos de “éxito” en su carrera.
Javier: El esfuerzo se ha convertido en una categoría moral y además eso empieza a ocurrir desde pequeños, por ejemplo cuando alguien en la escuela tiene facilidad para hacer algo, la pintura, música, se le reprocha que no tiene merito porque (estas expresiones tan cotidianas que muestran hasta donde la ideología ha permeado) en realidad no le cuesta ningún esfuerzo, lo hacen sin esfuerzo: Pareciera que no es suficiente con cumplir una serie de expectativas o requisitos, sino que hay que mostrar que le cuesta mucho, una suerte de implicación emocional absoluta. Si no lo hace, es criticado por ello. Hay un distanciamiento cínico respecto a la actividad. Se utiliza el factor esfuerzo como algo que siempre falta. Eso que te falta, que está ausente y explica la desigualdad, las injusticias, que algo no sea como debería ser. Esas situaciones se producen porque alguien no se ha esforzado lo suficiente. Si a ti la vida no te va muy bien es porque no te has esforzado lo suficiente. Esto interiorizado genera una culpa profunda y nos lleva a todos a la neurosis más absoluta y es sumamente cínico porque el sacrificio desde el punto de vista ideológico no es lo que uno hace con arreglo a un fin determinado (el sentido antropológico del sacrificio), ahora se ha convertido en una disposición personal constante. Uno debe de estar dispuesto a sacrificarse constantemente, no se sabe hasta cuándo. No hago un sacrificio por una causa determinada, en una ceremonia, sacrifico unos gallos o unos corderos, no. Aquí hay que mostrar esa disposición constante, es un sacrificio sin ritual, no está circunscrito, ocurre lo mismo que con el deporte. Es permanente y tienes que estar siempre dispuesto.
Por otro lado, me ha resultado llamativo cómo en la academia se lleva hablando muchos años del sujeto contemporáneo como un ente vacío, marcado por una falta y sin embargo el sistema ideológico neoliberal asume la existencia de un individuo, un sujeto muy fuerte y lo potencia hasta límites que polemizan con esto.
Javier: El sujeto y los procesos de construcción de subjetividad en el neoliberalismo se han intensificado en la última década por dos factores: La crisis de 2008 y el desarrollo tecnológico y la expansión del mundo de internet y las redes sociales. Es verdad que desde la academia está siendo tratado, pero la gran paradoja, la cuestión es que uno no se puede salir de eso. Quien analiza esto está también sometido a esas mismas presiones de producción de subjetividad, es una operación que exige una violencia o contención con respecto a todas esas pulsiones que pugnan por afirmarse para satisfacer estas idealizaciones subjetivas. Indudablemente las ultimas décadas están produciendo elementos para un tipo de subjetividad, creo que en este aspecto Jorge Alemán tiene razón, esto es un crimen imperfecto porque no llega a producirse un sujeto, el sujeto no puede ser producido no pueden cumplirse las expectativas, no se puede llevar a cabo un cierre de la operación. Al mismo tiempo esa tensión produce sufrimiento, la resistencia produce sufrimiento y nos vemos sometidos a una gran tensión que no hay forma de escapar. No hay un horizonte de salvación. Tanto dentro como fuera de la academia no vamos a encontrar un lugar seguro, vivimos expuestos a esto y lo que podemos hacer es mantenerlo a raya.
Así es como funciona la razón precaria y neoliberal, pasarte la vida pensando que vas a ser salvado en ese momento en el que consignas lo que sea: tener novia, primer trabajo, ascenso, cambiar de trabajo, comprarse un piso, coche, etc. Siempre hay un horizonte en el que percibimos que atravesando esa meta (la idea de necesitar metas, cuando pasas la cinta) pareciera que puedes dejar de correr.
Por último, el libro termina abriendo la puerta a una posible forma de resistencia, una suerte de camino esperanzador en el que comprender la actividad intelectual desde una perspectiva que no sea ni el rechazo ni el abandono. ¿Son posibles estos espacios de resistencia?
Javier: Yo creo que en cierto modo también concibo el libro como una forma de organizar personalmente mi resistencia y de pensar como resistir y cómo una resistencia que no sea estrictamente individual. El planteamiento que yo me hago es bastante simple, es un fenómeno social y un fenómeno común, en todos los sentidos, porque se da habitualmente y porque es compartido. En la medida en la que eso es así, las respuestas no pueden caer en una replica de los comportamientos que dan origen o refuerzan este funcionamiento de las cosas, no puede basarse en gestos de autoafirmación o de triunfo. De la fantasía de la salvación individual o de éxito. Éxito como una plataforma desde la cual ya está, una plataforma en la que ya has llegado hasta ahí y no te va a pasar nada.
También es un error el cinismo y el resentimiento, el rencor: todo es una porquería a mi me da igual, me retiro del mundo, pasadlo bien. Lo que me planteo es como pasar de alguna manera de pensar el precario intelectual a la figura del intelectual plebeyo en la medida en que no sea la precariedad lo que gobierne la vida completa de los sujetos que la padecen en el sintagma de precario intelectual. Hay una parte irrenunciable que es la de intelectual y eso daría lugar al intelectual plebeyo: convertir en adjetivo lo sustantivo. Una parte de la identidad a la que no se quiere renunciar y no se vive como algo que le persigue. Además, la idea de lo común, algo que se enfrenta a lo patricio y es capaz de retirarse en cierto momento como gesto de resistencia. Y además, organiza una serie de relaciones entre sí que son distintas a la lógica patricia. Esto lo desarrollo en el próximo libro, aunque se apunta al final de la crítica de la razón precaria. Siempre teniendo muy presente que hay que precaverse contra las promesas de salvación o los delirios totalizadores, del cierre, del ya está. Así es como funciona la razón precaria y neoliberal, pasarte la vida pensando que vas a ser salvado en ese momento en el que consignas lo que sea: tener novia, primer trabajo, ascenso, cambiar de trabajo, comprarse un piso, coche, etc. Siempre hay un horizonte en el que percibimos que atravesando esa meta (la idea de necesitar metas, cuando pasas la cinta) pareciera que puedes dejar de correr. En la representación de una carrera es así, pero en este sistema al no estar circunscrito, cuando rompes la cinta con el pecho necesitas seguir corriendo, necesitas buscar otra meta, necesito nuevos retos. Yo creo que debemos precavernos, no tengo soluciones de salvación, pero si creo que puedo tener más claros algunos indicios de hacia donde no hay que ir y tengo claro que las flechas neoliberales ideológicas, están apuntando en la dirección equivocada, precisamente a eso, a la hecatombe, al sacrificio absoluto de los demás.
Una de las cosas que me preocupan mucho es que la razón precaria es algo que se ha extendido a los primeros años de carrera, esa sensación de que hagas lo que hagas nunca es suficiente, cualquier error te puede costar toda la carrera, tienes que competir contra tus amigos, privarte de cualquier cosa por eso del futuro que no se sabe que es. Con 18 años debes tener muy claros todos tus pasos, si no lo consigues, es porque no os habéis esforzado lo suficiente, es atroz e inmoral. Te va insensibilizando hacia el dolor de los demás. No te puedes parar a mirar lo que le está pasando al otro porque tienes que seguir corriendo, se trata de sobrevivir.
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Es posible que la filosofía necesite tiempo, como cualquier creación humana, para dar a luz lo mejor de sí misma, pero también es posible que ya no tengamos tiempo por delante, al menos ese tiempo del ocio entre catástrofes que alimentó durante siglos el lujo de pensar. O no tanto: recordemos que el 1 de noviembre de 1755 tenía lugar el terremoto de Lisboa y el 7 de diciembre Voltaire ya había publicado su famoso poema sobre el desastre. Ni Žižek fue tan rápido.
Conviene que vayamos asumiendo que tal vez el lugar de la filosofía en los próximos años sea precisamente la catástrofe, la falta de tiempo, la urgencia. Quizá no haya más normalidad a la que volver, y por lo demás, aunque la hubiera, no nos sobraría el haber aprendido a valorarla desde una nueva condición de exploradores o colonos de lo insólito.
– Xandru Fernández, Habitar la catástrofe, pensar lo insólito, 1 de Abril de 2020, revista Ctxt.
En un reciente artículo en la revista Ctxt, el filósofo asturiano Xandru Fernández describía de esta forma la reacción de la filosofía frente a la crisis sanitaria provocada por el Coronavirus. Hablaba de la necesidad de seguir pensando de forma crítica en mitad de la urgencia y del caos, decía que tal vez ese fuese el futuro para el ya mermado pensamiento intelectual, una suerte de vivir sobre la imposibilidad. Tal vez no haya normalidad a la que volver, dice Xandru, es posible que las características principales que sufre el precariado ahora también las tengan que sufrir los grandes de la filosofía como Zizek o Agamben. Tal vez el cambio que proponen los más pesimistas es una victoria de esa razón precaria que analiza López Alós, pero me gustaría quedarme con el apartado dedicado al futuro, a la esperanza de establecer redes de resistencia, la posibilidad de cambiar el sustantivo precario, moverlo de la centralidad del pensamiento. En otro artículo Luciana Cadahia y Germán Cano, discutían las teorías más críticas y pesimistas en lo que respecta a la crisis del coronavirus y la conversación filosófica y decían:
No creemos que sea momento para pensar, con mayor o menor sofisticación crítica, la pandemia como excusa de un poder cada vez más obsesivo; es momento de interpelar, como gobernados no pasivos, al poder por su capacidad de proteger a los sectores sociales más vulnerables; de reclamar institucionalidad para el cuerpo abandonado a su suerte y exigir un Estado como condensación de dependencias. Es momento de ser mucho más sensibles a las articulaciones que están teniendo lugar en diferentes ámbitos del campo popular.
– Luciana Cadahia y Germán Cano, El blackout de la crítica, Instituto de Estudios Culturales y Cambio Social, 6 de abril de 2020.
En esa brecha abierta por los acontecimientos históricos es posible vislumbrar la esperanza que nos ofrece Javier López Alós y preguntarnos si es posible articular desde el poder que nos gobierna ese desplazamiento del precario como sustantivo a un intelectual plebeyo, más humilde, menos enraizado en las mecánicas de competitividad y temporalidad asfixiante. Tal vez aprovechar lo que está sucediendo no sea tanto lamentar (o no) que nuestros peores presagios se han cumplido, cómo pensar que ante la amenaza de que se cumplan podamos reclamar con fuerza un futuro mejor.